domingo, 24 de agosto de 2008

Diario de viaje: Jornada 9 (Mostar)

Hoy toca levantarse temprano. A las 6:30 ya estamos en planta. Tenemos desplazamiento largo y ademas cambio de coche. Me explico. La compañía de alquiler del coche que llevamos desde Italia, no nos permite pasar a Bosnia, por lo que para poder visitar Mostar, el día que viajábamos hacia Dubrovnik, nos paramos en las localidades de Plôce y Metkovik (¿recordáis que os dije que ya os lo explicaría?), pueblos muy cercanos a la frontera con Bosnia, y por tanto, las mejores opciones para alquilar otro coche por un día, para pasar desde Croacia a Bosnia. Al final, por precio, y por estar justo en la misma frontera, decidimos alquilarlo en Metkovik, en concreto un Citroen C5. Nos salió un poco más caro de lo que queríamos (pagamos 75 euros. Podéis comparar con el otro coche, por el que hemos pagado 470 euros por 13 días de viaje, sale a 36,15 euros por día). Total, que en Metkovic (a 100 Kms de Dubrovnik) dejamos el Ford para coger el Citroen y entrar en Bosnia.



Este país fue uno de los más castigados por Serbia en la guerra de los balcanes, y eso se nota nada más entrar. Carreteras en mal estado (al menos mucho peor que en Croacia, la carretera nacional sería una comarcal de aquí), túneles sin terminar y sin iluminar, y casas totalmente destruidas (o la mayoría de ellas en reconstrucción) por los pueblos por los que pasábamos, hacia Mostar, cuya llegada fue desoladora. Yendo hacia el centro vimos una ciudad semi-derruida. Por cada edificio en pie, te encontrabas dos destruidos. Nada que ver con lo que os conté de lo que vimos en las calas de Patika, cerca de Dubrovnik. Esto tuvo que ser un infierno. Monumentos destruidos, edificios quemados, casas con ventanales rotos y sin techos... un horror. Pensando que quizás no tendríamos que haber venido, y tras localizar alojamiento para pasar la noche, fuimos hacia el principal atractivo turístico de la ciudad. El puente Viejo (Stari Most), de origen medieval, y que fue destruido en 1993, y reconstruido por los cascos azules españoles tras la guerra, y que permite conectar la parte occidental de la ciudad con la oriental.



Al llegar a esta zona, nuestra percepción de la ciudad (al menos en lo que se refiere a esta parte) cambió por completo. Atravesar ese puente es entrar en una ciudad totalmente distinta, llena de encanto, con cientos de tiendas, bares, mezquitas (abundan mucho en la ciudad) y un bullicio de gente que te hace ver que la ciudad intenta resurgir. El puente en sí, quizás, en sí parece lo de menos (aunque es el símbolo de la ciudad), pues las calles y rincones que ves a partir de él, parece la puerta de enlace a una ciudad oriental, del islam (a mi me recordó mucho al albaicín de Granada).



Decidimos dedicarle más tiempo a la ciudad por la tarde, ya que el calor estos días es abrasador, y a falta de playas en esta zona, buenos son los ríos que tiene, para refrescarte del calor. Tras varias búsquedas infructuosas, dimos, en la localidad de Buna (a unos 15 Kms de Mostar) con un río en lo que antes debió ser un área de descanso o camping, y que estaba lleno de gente (suponemos de la misma localidad, porque los únicos sorprendidos por lo que veíamos eramos nosotros, y dábamos el cante de que eramos guiris desde lejos). Con la calor que hacía, no nos importó las bajas temperaturas del agua del río, es más, se agradeció.



En un recodo del río, descubrimos un restaurante con una terraza pegada a él (y cuando digo pegada es algo literal, de la mesa podías ir al río a esperar que te sirvieran o que llegara lo que habíamos pedido). Decidimos almorzar allí. Comprobamos que no era muy caro, y el sitio era genial. Excepto yo, que no soy admirador de probar cosas nuevas (aunque esté en otro país), todos se pidieron platos típicos de la zona, o con nombres que no indicaban lo que el plato contenía (al estar en bosnio) y se lanzaron a pedir, pero a medida que llegaban los platos, se comprobaba que las decisiones habían sido acertadas. Todo estaba muy bueno, y no se dejó nada en los platos. Incluso pedimos ancas de rana (dios!!!... ranas!!!), con esas patitas tan escuálidas, con tan poca carne, como si fuera un pajarito, pero me lo hicieron probar, y he de reconocer que tienen un sabor único.



Tras el impresionante almuerzo que tuvimos (por la calidad de la comida y el lugar del mismo) seguimos con nuestra búsqueda de otro río o lago dónde seguir bañándonos, pero no nos fue posible encontrarlo, así que regresamos a Mostar, y nos bañamos debajo del puente. Allí se baña poca gente, por lo que se ve. Puede ser por lo fría que está el agua, por la fuerte corriente que lleva, o porque la gente no lo cuida como debería, pero a nosotros todo eso nos dio igual, y aunque fuera sólo junto a la orilla, para no regresar a Croacia por el río, por culpa de la corriente, allí que nos bañamos. Era impresionante pensar que te estabas bañando en un río bajo un puente que hace sólo 15 años fue bombardeado y destruido. La gente que pasaba por encima del puente nos saludaba desde arriba.



Tras tanto baño, y tanto río, regresamos a la casa a descansar, y tras asearnos un poco, regresar al puente (ahora por arriba, claro está) y ver como la zona turística que descubrimos por la mañana, se engalanaba por la noche, y hacía multiplicar el encanto que tiene esta zona de la ciudad. Tras ir un poco de tiendas, buscando regalos, y descubrir más calles y rincones de la ciudad que el calor del día no nos permitió descubrir por la mañana, cenamos en un restaurante de la zona (comida rápida, que quizás no es la mejor, ni es comida propia del país, pero es rápida y barata), tras lo cual regresamos a la casa, para descansar.

CONSEJO: No probéis los helados "italianos" que te venden por la zona. No son italianos... es mas, no son helados (por mucho que lo parezcan antes de comprarlos).



Ha sido un día muy largo, y muy intenso, y mañana espera otro día de mucha carretera, con más de 300 Kms hacia Zadar. Regresamos a Croacia. Nos iremos con un cariño especial hacia Mostar, una ciudad preciosa donde se hace tangible que la belleza está en el interior (también en las ciudades) y donde quieren olvidar un pasado reciente, que aún es palpable en el presente. Nos vamos enamorados de esta ciudad.

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